El gran galeoto by José Echegaray

El gran galeoto by José Echegaray

autor:José Echegaray [Echegaray, José]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Teatro, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1880-12-31T16:00:00+00:00


ESCENA IV

PEPITO

¡Pues señor, vaya un enredo!,

y un enredo sin motivo.

Aunque también fue locura,

por más que diga mi tío,

poner bajo un mismo techo,

casi en contacto continuo,

a una niña como un sol,

y a Ernesto, que es guapo chico,

con un alma toda fuego

y dado al romanticismo.

Él perjura que no hay nada,

que es un afecto purísimo,

que, como a hermana la quiere,

y que es su padre mi tío;

pero yo, que soy muy zorro,

y que aunque joven he visto

muchas cosas en el mundo,

de hermanazgos no me fío,

cuando los hermanos son

tan jóvenes y postizos.

Mas supongamos que sea,

como dicen, su cariño;

la gente, ¿qué entiende de eso?

¿Qué obligación han suscrito

para pensar bien de nadie?

¿No los ven siempre juntitos

en el teatro, en el paseo,

a veces en el Retiro?

Pues el que los vio, y los vio,

y como los vio, lo dijo.

«Que no», me juraba Ernesto,

que «casi nunca» han salido

de ese modo. ¿Fue una vez?,

pues basta. Si les han visto

cien personas ese día,

es para el caso lo mismo

que haberse mostrado en público,

no en un día, en cien distintos.

Señor, ¿ha de hacer la gente

información de testigos

y confrontación de fechas

para averiguar si han sido

muchas veces o una sola

cuando pasearon juntitos

su simpatía purísima

y su fraternal cariño?

Esto ni es serio ni es justo,

y además fuera ridículo;

lo que vieron dicen todos

y no mienten al decirlo.

Les vi una vez. —Otra yo.

Una y una, dos: de fijo.

Y yo también. —Ya son tres.

Y ése cuatro y aquél cinco.

Y de buena fe sumando

se llega hasta lo infinito.

Y vieron, porque miraron,

y, en fin, porque los sentidos

son para usados a tiempo

sin pensar en el vecino.

Que él se ocupe de lo suyo,

y recuerde que, en el siglo,

el que quita la ocasión,

quita calumnia y peligro.

(Pequeña pausa.)

Y cuidado que concedo

la pureza del cariño,

y este es asunto muy grave,

porque a mis solas cavilo

que estar cerca de Teodora

y no amarla, es ser un risco.

Él será sabio y filósofo,

y matemático y físico;

pero tiene un cuerpo humano,

y la otra cuerpo divino,

y basta, ¡corpo di Baco!»,

para cuerpo de delito.

¡Si estas paredes hablasen!

¡Si los pensamientos íntimos

de Ernesto forma tangible

tomasen, aquí esparcidos!…

Vamos a ver, por ejemplo,

aquel marco está vacío,

y en el otro don Julián

luce su semblante típico.

Antes estaba Teodora

«pendant» haciendo a mi tío,

¿por qué su fotografía

habrá desaparecido?

¿Para evitar tentaciones?

(Sentándose junto a la mesa.)

Si ésta es la causa, ¡malísimo!

Y peor si dejó el cuadro

para mejorar de sitio,

y cerca del corazón

buscar misterioso abrigo.

Vamos a ver: ¡acusad

de la sospecha, diablillos

que flotáis por el espacio

tejiendo invisibles hilos!

¡Acusad sin compasión

a ese filósofo místico!

(Mirando a la mesa y observando el Infierno, de Dante.)

Y ésta es otra: ni una vez

a ver a Ernesto he venido

que en su mesa no encontrase

abierto este hermoso libro.

«Dante: Divina comedia» (Leyendo.)

su poema favorito.

Y no pasa del pasaje (Mirando otra vez.)

de Francesca, por lo visto.

Tiene dos explicaciones

el caso; ya lo concibo:

o que Ernesto no lee nunca,

o que siempre lee lo mismo.

Pero aquí noto una mancha,

como si hubiera caído

una lágrima. ¡Señor,

qué misterios, y qué abismos,

y qué difícil es ser

casado y vivir tranquilo!

¿Un papel hecho ceniza?…

(Recogiéndolo de la mesa o del suelo.)

No, que aún queda algún vestigio.

(Se levanta y se acerca al balcón procurando leer en el pedazo de papel.



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